A la guerra de los cónyuges de los líderes políticos le ha sucedido la guerra de las comisiones de investigación. Esos sucedáneos parlamentarios de las vistas orales a través de los cuales sus señorías dirimen sus cuitas partidistas bajo la dramaturgia de un proceso inquisitorial.

Hasta tal punto se confunden los poderes del Estado en la partitocracia española que los diputados quieren hacer las veces de jueces y fiscales, ahorrándose de paso el laborioso trámite de las oposiciones.

El PP anda muy indignado tras el descubrimiento de que el PSOE se la ha vuelto a jugar con esta cuestión. Los socialistas han reaprovechado en su favor lo que consistía, en principio, en una comisión para dilucidar las responsabilidades de la jefatura socialista en el caso Koldo, para convertirla en una causa general que parece más dirigida a escrutar a Miguel Ángel Rodríguez, , el jefe de Gabinete de Isabel Díaz Ayuso, que a Ábalos, Armengol y compañía.

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, presenta una iniciativa en la Cámara Alta del Senado, el pasado 29 de febrero  en Madrid.

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, presenta una iniciativa en la Cámara Alta del Senado, el pasado 29 de febrero en Madrid.

Y eso después de que Feijóo, muy considerado, avanzase que "a mí no me gusta llamar a la mujer del presidente" porque "no es mi forma de hacer política, no es mi estilo".

Con análoga lenidad a la de esos padres que ruegan a sus hijos que no les fuercen a castigarlos, el presidente del PP aseguró que "no quiero llamar a declarar a la mujer del presidente del Gobierno salvo que el presidente del Gobierno me obligue".

En algunos populares ha caído mal la humillación derivada de la estrategia de Feijóo. Porque a la exclusión de Begoña Gómez de la comisión del Senado por parte del PP, el PSOE ha respondido citando a declarar a Isabel Díaz Ayuso en la del Congreso.

Los socialistas han llegado a amenazar con citar a la hermana y al cuñado de Feijóo si los populares insisten en su dichosa manía de hacer oposición al Gobierno. No es descartable que acaben incluyendo en la lista de comparecientes a uno de los primos segundos de José Luis Martínez-Almeida de entre la lista de los asistentes a su boda.

Y es que el rechazo a poner el foco en la primera dama porque, con las pruebas hasta la fecha, su caso no resulta concluyente, sería un gesto de honesta deferencia en un escenario utópico en el que la política consistiese en un comercio entre notables.

Pero la política debe leerse desde coordenadas políticas, y no desde categorías éticas ideales que gobiernan un higiénico do ut des, tal y como pretende el partido-gestoría de la oposición a partir de un prurito de superioridad moral.

Resulta de por sí cuestionable la comprensión de la vida pública desde planteamientos sinalagmáticos, afección popular que transparenta una nostalgia del bipartidismo perdido.

Pero es directamente absurda la aproximación transaccional a la política cuando los contratos obligan sólo a una de las partes. El partido del Gobierno se ha distinguido más que ningún otro por su asolamiento de las instancias arbitrales, amén de por su nula fiabilidad.

Y por eso no se entiende la obstinación del PP en un esquema político extinto (si es que alguna vez existió), siempre a expensas de un adversario que ni siquiera reconoce al otro como interlocutor válido.

El PP no entiende que la izquierda tiene sobre ellos un guion escrito de antemano: el de una derecha con un vicio originario de legitimidad, que además se ha dejado contagiar por la radicalidad de los ultras.

A la vista de que las profecías autocumplidas del PSOE son inamovibles, la conclusión es que da igual lo que el PP haga o deje de hacer. De ahí que lo razonable sería que se atreviese a hablar a su público, en lugar de apelar al marco de quienes se han conjurado para su erradicación.

Una vez más, los escrúpulos impuestos por el "sentido de Estado" acaban comprometiendo la integridad de la estrategia del PP.

¿Qué sentido tiene que, después de denunciar en cada sesión de control la gravedad de las sospechas que se ciernen sobre la mujer del presidente, Feijóo se resista a sentarla en la comisión de investigación cuando tiene la oportunidad de hacerlo?

Una incongruencia similar a la que se plantea entre la retórica de la excepcionalidad sobre la supuesta deriva dictatorial de la España sanchista y la anuencia del PP a pactar con el PSOE la reforma de la Constitución o la ILP sobre la regularización de inmigrantes.

Habrá quien diga que otra orientación supondría un peligroso ahondamiento en la estéril lógica del y tú más. Pero este análisis incurre nuevamente en el error de replicar el enfoque del adversario, que quiere hacer aparecer cualquier crítica como un insulto (efectos colaterales de la máxima izquierdista de "lo personal es político").

[Opinión: La derecha española, entre el baile de salón y la nostalgia de espadón]

Aunque es innegable (y preocupante) el crepúsculo de la cortesía parlamentaria, la tramposa cantinela de la "crispación" oculta la neutralización de la disidencia política, que lleva a ver cualquier discurso contundente como expresión del extremismo.

Es la argucia argumental del PSOE, que justifica su creciente y excluyente belicosidad como una respuesta en legítima defensa a la agresión de la derecha y su "fachosfera". Es palmario el chantaje de este planteamiento según el cual uno de los contendientes está obligado a moderarse, o de lo contrario será responsable de una escalada de golpes bajos de consecuencias imprevisibles para todos.

La dinámica actual de la política española (ese anticipar el sentido en el que el otro moverá ficha) se podría así analizar desde la teoría de juegos y los incentivos racionales que explican la traición de los actores, de no ser porque uno de los contendientes juega con reglas distintas.

Es curioso que el partido que acuñó la atinada idea del "tablero inclinado" persevere en la idea de la limpieza de la partida con quien siempre se guarda un as en la manga.

Poner la otra mejilla es un mandato apropiado para la religión, pero no para la política.