Pues, en efecto, no creo que a Sánchez le quedasen más opciones y, entiendo, que la convocatoria es lo más prudente, y la prudencia es, desde Platón, la virtud política por excelencia.

Hay que reconocer, a pesar de los devaneos de Sánchez con nociones vagas y disolventes para la nación española (“nación de naciones”, “España plural”, etc.), y con las que jugó electoral y, sobre todo, parlamentariamente para desgastar al gobierno del PP de Rajoy (hasta ganarle en la moción de censura)… hay que reconocer, digo, que el aspirante Sánchez ha planteado acertadamente esta carrera hacia la formación de gobierno al desentenderse, desde un principio, de cualquier compromiso con el nacionalismo fraccionario.

Esto, insisto, no lo pueden pasar por alto (aunque lo hagan), incluso sus más duros rivales. En su comparecencia de prensa del pasado martes -que podemos considerar, por cierto, como primer acto de campaña electoral-, recordó que fue lo primero que puso como condición para la formación de un nuevo gobierno, la necesidad de que este tuviera estabilidad y no dependiera de los partidos nacionalistas.

Con esta condición, justificó Sánchez, sólo había dos opciones: por un lado, un gobierno “de progreso” (vaya usted a saber lo que ello significa) con Unidas Podemos (se supone la opción más “natural”), o bien, si esta opción no fuera posible, tratar de buscar, por lo menos, la abstención de PP y Ciudadanos y gobernar sin mayoría.

La oferta a Podemos, entiendo, fue más retórica que real, por parte de Sánchez (y con buen criterio), y es que un gobierno con Podemos sería, además de inestable, un suicidio para el PSOE, y muy perjudicial para la nación. Un ministro de Podemos hablando de “presos políticos” o del “derecho de autodeterminación de Cataluña” sería un auténtico troyano sentado en el Consejo de ministros, o en una institución o cancillería europea o internacional. Y así lo dijo explícitamente Sánchez en numerosas ocasiones, tomando distancia respecto al podemismo en este punto fundamental.

Las concesiones a Podemos, en un principio, se explican por razones ideológicas electoralistas, y es que el PSOE no puede confrontarse al partido de Pablo Iglesias en todos los frentes porque, en cierto modo, es una criatura suya.

Por otro lado, Ciudadanos y PP, se mantuvieron en una posición ciertamente oportunista, haciendo caso omiso de las declaraciones de Sánchez que afirmaban con cierta claridad, insisto, que un futuro gobierno no puede depender del nacionalismo (con la resolución judicial del procés a la vista, en pocos meses).

La estrategia del PP y de Ciudadanos fue la de tratar que el PSOE apechugase con sus apoyos en la moción de censura, hablando de ellos como “socios naturales” de Sánchez, sin ofrecer nada a cambio (una gran coalición, por ejemplo, aunque fuera desechada): con tal de castigar al PSOE obviaron las declaraciones del aspirante relativas a su compromiso con la nación española, bastante elocuente, frente al nacionalismo fragmentario.

En fin, a pesar de sus veleidades plurinacionalistas de antaño, oportunistas sí, Sánchez creo que ha mostrado cierta prudencia, y ha mirado por el bien común al conducirnos a unas nuevas elecciones. Nos salen caras, dicen algunos; más caro saldría una fumata bianca con un gobierno con Podemos.