Ser feliz, ser libre, resolver sobre cuestiones que solo te atañen a ti: cosillas, así de entrada, al alcance de cualquiera. A no ser que tu madre decidiera, en su momento, casarse con un rey. Ahí estás jodido. Y ni se te ocurra protestar.

En estas estaban Harry y Meghan cuando se les hincharon las narices. En estas y, supongo, en el recuerdo de una madre infeliz, deprimida, arrepentida y encadenada a unas normas creadas por gente muy antigua y muy cabrona a la que nadie conoce, gracias a Dios, porque tenían que ser de lo más desagradables. Ellos se han puesto el mundo por montera, se han dado cuenta de que vida hay solo una y le han dicho a la Queen, muy educadamente, que ahí te quedas, abueli.

Hay que reconocerles el mérito. Cuántos de a pie no son capaces de poner en su sitio a sus ascendentes, de limitar ese poder con el que algunos pretenden aplastar cualquier iniciativa propia. Padres que escogen la carrera de sus hijos, que les hacen la vida imposible a sus parejas, que no dejan que se aparten de sus alas de plomo porque les han criado inoculando la creencia de que nunca serán capaces de nada sin ellos.

Pues a la mierda, han dicho estos dos.

La reina está mosqueada -comentan-, pues ya tiene dos problemas. Que por qué no lo discutieron antes con ella. Pero a ver, buena mujer, que lo que quieren, básicamente, es independizase de tu persona y de lo que representas, cómo narices lo van a discutir contigo. Libre albedrío, se llama.

Y es que Harry no escogió esa vida y a Meghan, que sabía donde se metía, se le tuvo que hacer mucha bola una vez dentro del palacio y del corsé y de los medios, tan crueles. Mulata, divorciada y actriz: tenía todos los números de la tómbola.

En medio de la marabunta de dimes y diretes sobre el exabrupto, hay un personaje que me llama especialmente la a ención, un tal Piers Morgan, experto (dice) en temas de la Casa Real. Él se ha enfadado por la decisión del matrimonio, pero mucho. En qué le afecta a él lo que hagan este par: un misterio.

Él, de ser la reina, les retiraría los títulos. Ya, chaval, pero es que no lo eres, aunque te encantaría. De ahí que no entiendas por qué alguien le da la patada al bombo y al protagonismo, con lo que tú disfrutarías caminando sobre alfombras rojidoradas, con una buena corona sobre tu jeto. Lo que es la envidia, madredelamorhermoso.

Otro asunto es que, ante la renuncia, se les diga que se apañen, que curren de lo suyo, sea lo que sea, y que ni un duro del presupuesto real. Cosa suya, señores de la realeza. Lo que es indudable es que le han echado valor porque, por mucho que no se vayan a quedar en la indigencia, es difícil imaginar la presión a la que esta gente está sometida, que es muy fácil opinar desde nuestras vidas de plebeyos.

Salvando las distancias, sería útil tomarlos como inspiración: tenemos el poder de decidir sobre cualquier aspecto de nuestras vidas y deberíamos tomárnoslo, no solo como un derecho, sino como un deber, quizás así le dedicaríamos más esfuerzo a esto de ser felices y dibujar nuestro destino. Las excusas como obstáculo perpetuo ante el avance, las supuestas obligaciones cercenando cualquier posibilidad de convertir nuestros sueños en metas. El maldito miedo anclando nuestros pies a un suelo ajeno.

Qué miedito mirar hacia atrás cuando ya no haya tiempo y contemplar cómo fuimos piezas del ajedrez de otros, sean jefes, padres o parejas. O reinas.